miércoles, 13 de abril de 2011

Menuda corrida, ¡con orejas y todo!





Ocurrió hace ya varios años. Invitaron a unos amigos a la inaguración de la plaza de toros de La Carlota. Los invitaron.... a llevar un enganche, una limonera (es decir un caballo que lleva un coche), con flamencas incluidas, como parte del espectáculo de la inaguración. Ya la cosa no empezó del todo bien, ya que pidieron a las flamencas, que se montaran a la grupa de sendos caballos, ya que "les habían fallado"sus flamencas, y claro, como era cuestión de lucimiento, los caballos lucían mejor con unas flamencas a la grupa. Salieron a la placita, toda estilosa, pequeñita, (no como Las Ventas), y he aquí, que la flamenca que iba montada sobre la jaca con el paisano más robusto (llamémoslo así), empezó a notar que estaba pingando (es decir, retrotando, dando saltos en las patas traseras); caray, cada vez, pingaba más, y a Dios gracias, tenía dónde agarrarse (ya he descrito la condición del jinete). Llegó un momento, que la plaza entera, pendiente de la inclinación de la flamenca, cada vez, más cerca del suelo, soltaba : uuuuuuuuy, y ....., otra vuelta, y otra más. Aquello parecía que no iba a terminar. Falta decir que al día siguiente, a la susodicha flamenca, la iban a pedir en matrimonio: ¡cómo estaba sufriendo el novio!, ¿me quedaré sin novia?¿qué haré con el regalo?(con lo que me había costado, y ahora, para nada). Acabó ese "numerito", y le tocó el turno a la limonera. Se colocaron las flamencas, "enteras", con cara de alivio y ¡ale!, camina Honrado (así se llamaba el caballo), derecho a la pista, "pá lucirnos". Cuando Honrado llegó a la plaza, entre los focos, la gente, "el nerviosimo de lucirse", no le dió por otra cosa, que ponerse a dos patas, y claro, el pobrecillo ¡se cayó para atrás del susto! ¡Qué catástrofe! Casi se queda en el sitio; alguien raudo, cortó la cincha y el correaje que unía el caballo al enganche. Todos boquiabiertos, pero Honrado, ¿cómo nos has hecho esto?; pues nada, cosas del directo. A las flamencas, que ya se habían lucido antes, hasta casi lo agradecieron. El siguiente "numerito" (llamémoslo así), era un rejoneador, que se daba poca maña, ya que la vaquilla le cogió la vez, y corría por dentro de la plaza, y él por fuera, con lo cual, ¡toma astazo, y otro, y otro!; el pobre caballo quedó más agujereado que un colador. Para terminar la gloriosa tarde, de espectáculo (si que lo dieron sí, entre todos), toreaba un novillero, conocido, casualmente, amigo de esta familia, (que tan gentilmente se había ofrecido "a lucirse"). ¡Cómo toreó!, ¡con qué arte! esto sí que es torear, y lo demás es tontería. Se ganó ¡2 orejas!, si ya lo decía, que lo hizo muy bien (según me contaban). Al hacer el paseillo, brindó una de las orejas, a una de las chicas de esta familia, que tan contenta ella, se quedó con la oreja, de su amigo, el novillero. Esa oreja," la sufrió" durante años su pobre madre, cada vez, que abría el congelador de su casa y se encontraba "tiesa", la oreja, que tan gentilmente habían regalado a su hija. Se despide, Ana de las Tejas Verdes

2 comentarios:

  1. Jajajajajaja!!! si que pasaron unas buenas peripecias, qué gracioso.
    Yo, la oreja, bien cocidita, me la huebiera comido, en trocitos, con su aceito de oliva y su pimentón picantillo... ummm!!!, mucho mejor que en el congelador, dónde va a parar!!!

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  2. Esta historia me suena. Voy a buscar a ver si encuentro la de la romería a Sta. María de la Cabeza, que también va de caballos.
    Esto es un filón para recordar aventuras familiares.

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